Enamorarse como un caballo
Pienso que hundir las manos en la tierra no es tener raíces.
Hace frío fuera. El cielo es gris claro, casi blanco,
quizás una nube que se extiende más allá
de las fronteras. El asfalto y las aceras están cubiertas
de lluvia y de ceniza, pero nunca las gotas de lluvia
estampándose contra el cristal de la ventana me ponen triste.
Sólo los semáforos, con sus colores cambiantes,
parecen enfrentarse a la tristeza. Al otro lado, Lorenzo dice
nací en Cáceres, ya no recuerdo cuándo. Vine a buscarme
los garbanzos a la mina. Tenía diecisiete años y no he vuelto
nunca a mi tierra. En Mieres me enamoré de una mujer.
Como un caballo. Y aquí me quedé. Pero ahora
ella no está y yo tengo miedo de noviembre.
Tengo miedo de noviembre, sí, repite con la mirada perdida.
Sé que pronto empezaré a ahogarme por las noches.
Enamorarse como un caballo, pienso mientras
ausculto su pecho. Enamorarse como un caballo.
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