Morir lejos de casa

Los viejos se niegan a comer para dejarse morir. 
Es una forma de hacerlo como otra cualquiera. 
Sus hijos y sus nietos, bien vestidos, abrigados, 
a veces arrogantes, quieren que se les alimente 
a la fuerza. Si hace falta, que le pongan una sonda, 
dicen. ¿Nasogástrica?, pregunto. La que sea, 
responden, usted es el que sabe de esto. 
Después ponen cara de sorpresa.

¿De qué? ¿De qué sé yo?, pienso. ¿De que fingís 
preocupación cuando se os ve, se os huele a decenas 
de metros que estáis deseando que se mueran? 

Puede pasarle a cualquiera, no voy a juzgaros;

pero pongámosle morfina, entonces. No una sonda. 
Y que se sientan aliviados y felices, al menos 
por unos minutos. Que dejen de sentir ese dolor 
errabundo y el fatigoso trabajo de la respiración 
cuando es consciente. Que descansen en paz 
unas pocas horas antes de morirse,
aunque sea tan lejos de casa. 

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