Primero nos aprendimos con las manos y después con las palabras

Estoy hecha de recuerdos 
que no me permiten seguir adelante, dijo. 
Y se quedó en silencio. Se dejó hacer. 
Yo la imaginaba buscando con desesperación 
entre los restos de su propio naufragio, 
sin ser capaz, por más que braceara, 
de alcanzar la superficie del agua. 

Puso un vinilo del cuarteto Bendición 
en el plato y estuvimos escuchándolo, 
como música de fondo, mientras charlábamos. 
Primero nos aprendimos con las manos 
y después con las palabras. 
El orden es insignificante. 
No tiene importancia. Pero después, 
cuando regresé a casa y me miré frente al espejo 
y pensé en todo lo que había sucedido aquella tarde, 
llegué a la conclusión de que son 
las dos únicas maneras de conocer a una persona: 
con las manos y con las palabras. 

Era día de fiesta en el barrio y decidí 
salir a tomar algo, aunque solo. 
Me hubiera gustado llamarla de nuevo 
e invitarla a bailar. Su cuerpo era hermoso, 
como hermoso sería verlo otra vez en movimiento. 
A pesar de la tristeza y a pesar de los recuerdos, 
me sentía bien. Pero decidí no llamarla. 
No he vuelto a verla desde entonces.


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