Cuando tus manos eras dos países

Cuando tus manos eran dos países, 

    escribió Lorca,

y la primera luz del día

se depositaba en tus hombros 

como si naciera en ellos, 

te convertías en un monstruo 

bellísimo y me torturabas, 

utilizabas mi respiración para avanzar 

con zancadas inmensas, no te importaba 

herirme si, de algún modo, tus propósitos 

se veían cumplidos, disponías de mí 

como te venía en gana. Del ocaso a la aurora, 

del alba a la madrugada me hostigabas 

para someterme y hacer de mí, 

entonces y nunca antes y para siempre, 

un hombre feliz. Un hombre completo y feliz. 

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