Tú eres la canción y eres el verso, eres la noche y la ciudad

Me asombra cómo, 
            en ocasiones, 
el presente es tan poderoso 
que el pasado se oculta en la niebla 
y el futuro parece que no va a llegar nunca. 
Es una tarde soleada de finales de verano.
Salgo a tu encuentro por las tiendas del centro 
y paseamos hacia otros barrios 
a donde no solemos ir nunca, 
para ver a nuestro hijo y al resto de mi familia.
Charlamos alegres antes de regresar paseando 
por el filo del mar hasta llegar a casa, 
donde ya nos aguarda la noche. 


A. juega a las chapas, 
tú tiendes la ropa y yo 
preparo un par de pizzas que comemos 
en la terraza con agua y con vino,
mientras escuchamos el rumor de las olas
que mecen los fondos de arena. 

Y hablamos de nuestra vida, la que compartimos. 

Yo me siento, 
            aunque sea por un instante, 
feliz, cerca de ti, tranquilo, un tanto triste, quizás, 
pero con esa tristeza soportable que el tiempo 
deposita en los objetos y en la manera 
en que afrontamos lo que sucede. 

Entonces busco la letra de una canción 
o algún verso en la memoria 
con el que identificarme.

Y me descubro mirándote, 
observando cómo hablas, 
cómo mueves las manos para explicarte, 
cómo sonríes antes de beber el último sorbo de vino 
que aguarda en el fondo de la copa. 

Y caigo en la cuenta de que en ese instante, 
            que ahora escribo para que no se me olvide, 
tú eres la canción y eres el verso, eres la noche 
y la ciudad, la tristeza y el presente que, 
            de tan poderoso, 
consiguió hacerme olvidar por un rato 
quién fui y quién seré 

cuando la noche termine. 

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