Los dientes podridos
Es la primera vez que Patricia
viene a la consulta y está sobria.
Me cuenta que lleva seis semanas sin beber.
Y muchas más sin meterse
coca o comer trankis.
Le consiguieron una cama
en el albergue de Avilés y,
no sabe bien por qué,
sintió que era la última oportunidad,
la última vida.
Sonríe y deja ver los dientes podridos
Tiene los ojos amarillos y tristes,
con esa tristeza que muestran
quienes saben que, tarde o temprano,
volverán a caer.
Pero los dos fingimos y nos mentimos
creyendo que comienza una nueva vida,
apartada de la calle y de todo lo que eso supone.
Reducción de daños lo llaman
los que saben de esto.
Revisamos entre los dos la medicación
que está tomando y exploro su abdomen.
Tiene el hígado grande y duro.
La cirrosis ya no da tregua,
aunque pase semanas sin envenenarse.
La rodilla que le partieron en aquella pelea
de bar hace un par de años
duele cuando cambia el tiempo.
Pínchala, anda, Josín, me dice.
Que ya sabes tú que yo nunca
le tuve miedo a las agujas.
Y me guiña un ojo y sonríe.
Los dientes podridos.
Cuando se marcha,
después del abrazo sincero
que siempre nos damos,
escribo en su historia y recuerdo
que nacimos en el mismo año.
Pero yo siempre jugué con mejores cartas.
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